10. Un argumento neorrepublicano a favor del limitarismo

Elena Icardi

1. Introducción

Planteada inicialmente por Philip Pettit (1999), la libertad como no-dominación representa el ideal central del neorrepublicanismo.1 Según esta interpretación, estar libre de dominación significa no estar expuesto a la capacidad de interferencia de nadie sin poder controlarla, tanto frente a nuestros conciudadanos como frente al Estado (Pettit, 2012). Con respecto a este último, la libertad como no-dominación implica que cada ciudadano debería disfrutar de una igual oportunidad de influencia política.

Este requisito parece peligrar con la presencia de ciudadanos muy ricos en una democracia (McCormick, 2011; 2019). Los superricos disfrutan de oportunidades adicionales porque pueden, por ejemplo, invertir injustamente en campañas políticas y/o influir en la opinión pública financiando redes sociales, think tanks, etc. (Christiano 2012; Cagé 2018). También tienen poder independiente tanto en la esfera económica (Christiano 2010; 2012; véase también Knight & Johnson 1997) como a manera de capital social (Robeyns 2017; véase también Timmer 2019), lo que les permite impactar la toma pública de decisiones incluso sin invertir realmente en ella.

Además, este poder solo puede limitarse mínimamente mediante restricciones institucionales formales (Christiano 2010; 2012; Robeyns 2017). Cuando algunas personas poseen tanta más riqueza que otras a tal punto que tienen acceso a los privilegios mencionados, las barreras formales pueden, en efecto, hacer poco para prevenirlo. En este sentido, me parece que, en lugar de respaldar soluciones procedimentales para proteger la democracia de la dominación de los ricos, como han hecho generalmente los neorrepublicanos (por ejemplo, McCormick 2011), deberíamos contemplar limitaciones sustantivas..2

El limitarismo, tal y como fue propuesto recientemente por Ingrid Robeyns (2017), podría dotar al neorrepublicanismo de tales limitaciones. Según Robeyns, la riqueza individual excesiva debería restringirse y una de las razones que ofrece para hacerlo es para salvaguardar el proceso democrático. Por lo tanto, parece haber un argumento prima facie de por qué el limitarismo sería beneficioso para el neorrepublicanismo.3 Deberíamos preguntarnos, por lo tanto, si puede argumentarse que si uno apoya la libertad como no-dominación, uno debería respaldar un umbral limitarista. Y si es así, qué formas debería adoptar este umbral y por qué.

En lo que sigue, argumento que el limitarismo debería, en efecto, ser defendido dentro del neorrepublicanismo. Dado que (a) la libertad como no-dominación se basa en que los ciudadanos tengan igual oportunidad de influencia política, y (b) dada tanto la influencia desproporcionada de los ricos como la insuficiencia de las restricciones formales, esta igualdad de oportunidad sólo puede existir si se limita la riqueza individual excesiva, (c) la libertad como no-dominación requiere que se limite la riqueza individual excesiva y esta tarea puede lograrse estableciendo un umbral limitarista. Mi perspectiva de este umbral, sin embargo, es diferente de la del primer defensor del limitarismo republicano, Adelin-Costin Dumitru (2020). En mi opinión, dicho umbral debería limitar los recursos que la gente necesita para tener oportunidades desproporcionadas de influencia política, en lugar de retirar únicamente los recursos que la gente no necesita para florecer plenamente. Es decir, el límite debería situarse en el nivel a partir del cual los ricos dominan el proceso de la toma pública de decisiones al disfrutar de los privilegios antes mencionados. Este capítulo argumenta a favor de este tipo de umbral limitarista.

Para ello, el capítulo está organizado del siguiente modo. En primer lugar, analizo las razones por las que la libertad como no-dominación requiere que se limite la riqueza individual excesiva. En segundo lugar, argumento que, a pesar de que la libertad como no-dominación requiere que se limite la riqueza individual excesiva y de que esta tarea puede lograrse a través del limitarismo, un umbral limitarista basado en la idea del florecimiento pleno no se corresponde con esta tarea. Por último, discuto un tipo diferente de umbral, que es independiente del valor del florecimiento y que afirmo que es una precondición del requisito democrático que fundamenta la libertad neorrepublicana.

2. El neorrepublicanismo y el problema de las élites

Para entender por qué el neorrepublicanismo exige que se limite la riqueza individual excesiva, introduzcamos, en primer lugar, la idea de la libertad como no-dominación. Es bien sabido que la libertad como no-dominación fue descrita por primera vez por Philip Pettit en su Republicanismo: Una teoría sobre la libertad y el gobierno (1999) y fue desarrollada en obras posteriores, como On the People’s Terms: A Republican Theory and Model of Democracy (2012).

Según el republicanismo de Pettit, una persona está libre de dominación cuando no está expuesta al poder arbitrario de nadie (Pettit 1999). Formulado de otro modo, una persona no está dominada cuando no está expuesta a la capacidad incontrolada de otra persona de interferir en sus elecciones (Pettit 2012).4 Nótese que la interferencia en sí no es necesaria para que se produzca la dominación. Lo que importa es la capacidad de interferir basada en la asimetría de poder que la gente reconoce que existe entre ellos. Para aclarar este punto, Pettit sugiere la conocida imagen de lo que él llama “el esclavo de un amo amable” (Pettit 1999, p. 56)—utilizaré los términos persona esclavizada y esclavizador en lo que sigue—. Incluso si el esclavizador, siendo “benigno y permisivo” (Pettit 1999, p. 52), no interviene directamente en la vida de la persona esclavizada y le permite hacer lo que quiera, la persona esclavizada sigue estando dominada dado que el esclavizador puede obstaculizar su vida en cualquier momento y dado que aquélla no tiene ningún control sobre ello. Es esa capacidad incontrolada de interferir, es decir, la posibilidad de elegir si interferir o no y cómo hacerlo, y no la interferencia en sí misma, lo que debe descartarse.

Por lo tanto, las personas deberían estar protegidas de una capacidad incontrolada de interferencia tal si quieren estar libres de la dominación. Es decir, los individuos deberían tener asegurada una posición como iguales para que puedan “mirar a los demás a los ojos sin tener motivos para el miedo o la deferencia que un poder de interferencia podría inspirar” (Pettit 2012, p. 84);5 el Estado debería concederles un estatus de igualdad con este propósito. Sin embargo, para evitar que las interferencias del Estado sean una fuente de dominación en sí mismas, hay que añadir otro requisito: no sólo debería concedérsele a las personas un estatus de igualdad entre sí (no-dominación horizontal), sino que también deberían gozar de control sobre las decisiones del gobierno (no-dominación vertical).6 Esta forma de control compartido es en sí misma justificable por el neorrepublicanismo, ya que “si la ciudadanía controla la discrecionalidad estatal de manera adecuada […] entonces la imposición de un orden social a esos ciudadanos no les restará libertad” (Pettit 2012, p. 160).

Pero ¿qué significa que la ciudadanía controle el Estado? En términos de Pettit, tener el control significa tanto tener “cierta influencia sobre el proceso conducente al resultado” como utilizar esa influencia “para imponer una dirección relevante al proceso” (Pettit 2012, p. 153). Por lo tanto, en primer lugar, que los ciudadanos controlen el Estado significa que cada ciudadano debería tener igual influencia en las decisiones gubernamentales. Sin embargo, esto no puede implicar que cada ciudadano deba participar por igual en el proceso de toma pública de decisiones (Pettit 2012, p. 169), ni que cada ciudadano deba tener la misma probabilidad de éxito a la hora de influir en él (Scanlon 2018, p. 80). Por ejemplo, los ciudadanos podrían tener un nivel diferente de disposición a participar en la política o diferentes capacidades como oradores, y no debería considerarse que tales factores socavan el principio neorrepublicano de igual influencia.

Lo que la influencia igualmente compartida requiere, por lo tanto, sólo puede ser un igual acceso al sistema de influencia popular: una oportunidad de participación en ese sistema que esté disponible con igual facilidad para cada ciudadano (Pettit 2012, p. 169).

En otras palabras, si los ciudadanos han de tener control sobre el proceso de toma pública de decisiones, cada ciudadano debería tener igual oportunidad de influirlo.7

Mientras que el que las personas tengan una igualdad de estatus entre sí es una cuestión de justicia social, este requisito de tener igualdad de oportunidad de influir en la política es una cuestión de legitimidad política. Además, según Pettit, estos dos ámbitos parecen mantener una relación jerárquica: la legitimidad política es lo primero, y la justicia social, lo segundo (Pettit 2012, pp. 24–25; pp. 130–32). Si los ciudadanos no gozan de igualdad de oportunidades para influir en el proceso legislativo, su igual estatus horizontal también será arbitrario porque estarán rodeados de leyes sobre las que no tienen verdadero control. En palabras de Pettit

Un fracaso en la legitimidad política comprometería la robusteza de la libertad más profundamente que un fracaso sólo en la justicia social. Mientras que la mera falta de justicia social sólo nos haría vulnerables ante nuestros conciudadanos, la falta de legitimidad política nos haría vulnerables en dos frentes (Pettit 2012, p. 24).

Cuando los ciudadanos no pueden controlar las decisiones públicas, son dominados tanto en sentido vertical como horizontal.

Los ciudadanos podrían, por ejemplo, ser tratados como iguales por su reina, experimentando así una igualdad de estatus entre sí; pero si no disfrutan de ninguna oportunidad de participar en el proceso de toma de decisiones de la reina en relación con los asuntos públicos, dicha igualdad de estatus sólo se producirá si ella tiene la suficiente buena voluntad para permitirlo. En ese caso, no sólo estarán expuestos a la dominación vertical de su reina, sino también a la dominación horizontal potencial de sus semejantes, ya que el igual estatus entre ellos podría cambiar en cualquier momento dependiendo de la voluntad de la reina. Como ilustra este ejemplo, la no-dominación horizontal no puede asegurarse robustamente sin que antes se asegure la no-dominación vertical. Aunque es importante que los ciudadanos sean tratados como iguales por el Estado, lo más importante para los neorrepublicanos parece ser que los ciudadanos tengan control sobre las decisiones del Estado. En este sentido, la legitimidad política debería considerarse la condición previa para asegurar la libertad como no-dominación (Pansardi 2015).

Sin embargo, esta condición previa se ve comprometida por la presencia de élites económicas en una democracia. Aunque Pettit parece pasar por alto este problema, John P. McCormick lo ha subrayado recientemente, señalando que

Investigaciones históricas y empíricas nos ofrecen abundante evidencia que sugiere que los ricos siempre han sido, e invariablemente seguirán siendo, una fuerza inminentemente dominante dentro de las democracias (McCormick 2019, p. 127).

Las democracias contemporáneas muestran una clara prueba de ello al estar generalmente sesgadas hacia los intereses de los ricos.8 Sin embargo, dado que McCormick cree que se debe dejar libertad a las personas para que dirijan sus propios asuntos, acumulando así diferentes cantidades de riqueza, aborda el problema de que los ricos dominan la democracia enfocándose en rediseñar el procedimiento democrático mismo en lugar de limitar sus riquezas.9 Por el contrario, en mi opinión, la amenaza que suponen las élites económicas no puede contrarrestarse procedimentalmente, porque las personas muy ricas parecen disfrutar de una influencia política desproporcionada (Scanlon 2018, p. 82) que elude las restricciones institucionales formales.

Esto sucede por dos razones. Por un lado, la riqueza representa un proxy que puede utilizarse para obtener oportunidades adicionales de influir en la política. Los recursos económicos pueden traducirse en influencia política a través de distintos mecanismos, que pueden ser tanto directos (por ejemplo, financiando campañas políticas) como indirectos (por ejemplo, financiando plataformas de redes sociales y/o think-tanks para influir en la opinión pública y/o el conocimiento común) (Christiano 2012; Cagé 2018). Por otro lado, la riqueza proporciona a sus propietarios un conjunto más amplio de privilegios que les otorgan más posibilidades de afectar el proceso de toma pública de decisiones incluso sin invertir en él. Tal es el caso, por ejemplo, de cierto tipo de educación y/o redes de influencia que las personas tienen gracias a su dinero—lo que es llamado más generalmente “capital social” (Robeyns 2017, pp. 9–10; Timmer 2019, p. 1337)—, pero también del llamado “poder independiente” que los ricos tienen en la esfera económica y que inevitablemente se refleja en la política (Christiano 2012). Sin duda, la riqueza puede ser tanto un instrumento para ganar influencia política (ya sea directa o indirectamente) como un instrumento para adquirir todos aquellos factores no relacionados con la riqueza que también afectan la igualdad de oportunidades para influir en la política.

Además, las medidas formales no previenen este problema. En primer lugar, rastrear todos los mecanismos a través de los cuales la riqueza puede ser un instrumento para ganar influencia política no parece realmente factible. E incluso si fuera factible, cabría preguntarse si sería deseable dado que “la aplicación de una protección procedimental podría implicar invasiones potencialmente problemáticas de la privacidad, en la medida en que podría requerir un monitoreo cercano de los patrones de gasto de los más favorecidos” (Schemmel 2011, p. 378). Lo que parece aún más problemático es que, incluso si las medidas formales fueran factibles y deseables para prevenir que el dinero se traduzca en influencia política, esto seguiría sin ser suficiente para resolver el problema. Tales soluciones no abordarían las formas independientes antes mencionadas en las que la riqueza crea una desigualdad de oportunidades de influencia política.

Incluso si existe una separación formal entre economía y política, los ricos pueden determinar el éxito o el fracaso de las políticas. Considérese, por ejemplo, el caso de los impuestos. Si el tipo impositivo marginal superior aumentara, los ciudadanos ricos podrían decidir trasladar su capital a otros países en los que se apliquen códigos fiscales más favorables. Para evitar este resultado, los gobiernos podrían abstenerse de elevar el tipo impositivo marginal superior en primer lugar; en este sentido “ los gobiernos deben tomar decisiones con la vista puesta en lo que las entidades económicas poderosas hacen en respuesta a esas decisiones” (Christiano 2012, p. 8). Por lo tanto, incluso si los ciudadanos ricos no participan en los procesos de creación de políticas, inevitablemente influirán en ellos a través de sus amenazas o promesas (Knight & Johnson 1997; Christiano 2010). Así pues, las barreras formales no pueden prevenir que los ricos tengan oportunidades injustas de influir en la política.

Por lo tanto, hay que contemplar soluciones sustantivas. Como señala Christian Schemmel, estas soluciones serían a la vez “menos intrusivas”, ya que no implican ningún monitoreo del gasto de los individuos, y “más efectivas”, porque resuelven la raíz del problema. Una analogía adecuada es el desarme, que sería una mejor forma de evitar los problemas relacionados con las armas que “dejar las armas en posesión de los más favorecidos y limitarse a prohibir su uso” (Schemmel 2011, pp. 378–79). Sin embargo, es importante señalar que lo que debería restringirse no es la riqueza individual en sí misma, sino aquella cantidad de riqueza que conduce al acceso a los mecanismos y privilegios ya mencionados que son capaces de evadir las restricciones formales. Formulado de otro modo, el problema no es que unos tengan más riqueza que otros, ni que puedan invertir su riqueza en la política, sino que unos tengan tanta más riqueza que otros al grado de que disfrutan de oportunidades ilimitadas e injustas de influir en la política.10 Por lo tanto, si queremos que se garantice la condición previa para la libertad como no-dominación, es decir, la legitimidad política, lo que debería limitarse es la riqueza individual excesiva.11 En las siguientes secciones investigaré cómo podría hacerse esto.

3. Limitarismo y el problema del florecimiento

El limitarismo de Ingrid Robeyns (2017; 2019; 2022) podría dotar al neorrepublicanismo de ese límite. El limitarismo es una teoría que argumenta que la riqueza individual excesiva debería limitarse, y una de las razones que Robeyns ofrece para hacerlo es que protegería a la democracia frente a la influencia política desproporcionada de los superricos (Robeyns 2017, p. 5).12 Además, el razonamiento parece similar al que acabo de analizar. Dado que el ideal democrático de igualdad política parece verse socavado por la presencia de ciudadanos muy ricos en una democracia—quienes innegablemente pueden disfrutar de mayores oportunidades para influir en la política debido a su riqueza—y dado que las restricciones formales no logran superar este problema, la riqueza de estos ciudadanos debería limitarse. Dicho de otro modo, para proteger el ideal democrático de igualdad política, deberían restringirse las fortunas individuales excesivas.

Dicho más precisamente, Robeyns cree que lo que debe restringirse es la “riqueza excedente”, es decir, la riqueza que los individuos poseen por encima de lo que ella denomina la “línea de riqueza”: “el nivel de acumulación de riqueza a partir del cual, en algún punto de aumento de la riqueza, la riqueza adicional no produce una contribución adicional al florecimiento propio” (Robeyns 2022, p. 254, cursiva en el original). Mientras que por debajo de un cierto nivel de riqueza las personas podrían tener razones válidas para guardar su dinero para sí mismos con el fin de alcanzar sus propios objetivos de vida, por encima de ese nivel de riqueza diferentes concepciones de la justicia podrían admitir que el beneficio que la gente podría obtener de su dinero es insignificante, es decir, es un “excedente” sin el cual pueden vivir. Robeyns reconoce ciertamente que el umbral limitarista no coincide necesariamente con la llamada línea de la riqueza; de hecho, “[d]iferentes razones a favor del limitarismo podrían apuntar a diferentes umbrales limitaristas” (Robeyns 2022, p. 254); en particular, admite que el argumento democrático podría exigir un umbral limitarista relativo diferente al establecido en relación con el valor del florecimiento. Sin embargo, Robeyns enfatiza que habría, no obstante, “algo especial en el dinero excedente en lo que respecta a la democracia y es que el costo de oportunidad, en términos del florecimiento de aquellos que gastan su dinero en influencia política (socavando así la igualdad política), es cero” (Robeyns 2022, p. 257). Es decir, la gente no experimenta realmente ninguna pérdida cuando invierte su riqueza excedente en la política, por lo que es más probable que lo haga. Por lo tanto, me parece que un umbral limitarista para la igualdad política que se corresponda con la línea de riqueza, es decir, que limite la riqueza excedente—la riqueza que la gente no necesita para su florecimiento pleno—sigue siendo deseable. Por lo tanto, me enfocaré primero en esta versión del limitarismo.

La pregunta que ahora surge es si esta versión del limitarismo sería adecuada para el neorrepublicanismo. En otras palabras, ¿un umbral limitarista tal basado en la línea de riqueza prevendría que los miembros de las élites económicas dominaran el proceso democrático, lo que, como ya se ha mencionado, representa una amenaza peligrosa, si no la más peligrosa, para la libertad neorrepublicana? Según Adelin-Costin Dumitru (2020), la respuesta es afirmativa. Dumitru introduce primero el limitarismo dentro del neorrepublicanismo porque el limitarismo “concentra en un único paraguas teórico las respuestas que se pueden dar a [dos] intuiciones [neorrepublicanas]”: las “intuiciones contra la riqueza extrema”, por un lado, y la “intuición suficientarista”, por otro (Dumitru 2020, pp. 386–87).

En su opinión, el limitarismo debería defenderse dentro del neorrepublicanismo, en primer lugar como complemento de la afirmación suficientarista de este último con respecto a la independencia material, a saber, la idea de que para estar libre de dominación, una persona debe poseer al menos los recursos relevantes que se necesitan para ser autosuficiente; de lo contrario dependerá del poder arbitrario de otros para hacerlo.13 El limitarismo indicaría de dónde se podrían recaudar los recursos necesarios para proporcionar a todos ese mínimo. Además, permitiría recaudar esos recursos sin violar los derechos de nadie.

Esto se debe a que el limitarismo gravaría y redistribuiría la parte de la riqueza de un individuo que no contribuye a ayudar a ese individuo a llevar una vida floreciente, es decir, una parte que es irrelevante desde el punto de vista de la justicia (Dumitru 2020, p. 387).

En este sentido, el limitarismo sería la herramienta más adecuada para promover el objetivo de la suficiencia.

Sin embargo, ésta no es la única forma en la que el limitarismo contribuiría a la libertad como no-dominación. Según Dumitru, el limitarismo también sería beneficioso para el neorrepublicanismo porque “aseguraría que los superricos no pudieran utilizar su dinero para eludir las políticas republicanas implementadas en un país” (Dumitru 2020, p. 391). En otras palabras, el limitarismo también sería beneficioso para el neorrepublicanismo porque evitaría que los ricos tuvieran una influencia política desproporcionada, como se discutió en la sección anterior. Por lo tanto, además de que la libertad como no-dominación requiera un umbral inferior para la independencia material, la libertad como no-dominación requeriría un umbral superior, que permitiría tanto identificar qué recursos deben recaudarse para cumplir el objetivo de suficiencia como preservar la democracia del poder político injusto de las élites. Además, en relación con la versión del limitarismo que he esbozado anteriormente, Dumitru argumenta que dicho umbral superior debería trazarse en relación con la idea del florecimiento pleno para no violar los derechos de nadie. Esto es lo que él llama “limitarismo republicano” (Dumitru 2020, p. 377).

Aunque simpatizo con la opinión de Dumitru, creo que el limitarismo debería introducirse en el neorrepublicanismo ante todo por esta última razón, ya que lo que buscamos es una forma de superar el problema de las élites económicas en la política. Además, parece que ni las restricciones institucionales formales ni el suficientarismo pueden proteger la igual oportunidad de los ciudadanos en política frente a la influencia injusta de los ricos. Tal vez sería necesario un mínimo económico para los individuos a fin de garantizar a todos una voz independiente en los asuntos públicos (Raventós 2007, p. 64). Pero esto no sería suficiente para garantizarles una igualdad de oportunidades de influencia política: “incluso si todos los ciudadanos tuvieran acceso a medios suficientes […] los ciudadanos más ricos, que pueden gastar más, tendrían posibilidades significativamente mayores” (Scanlon 2018, p. 82, cursiva en el original). De ahí que se deba abogar por un límite económico superior para prevenir que los ricos dominen el proceso democrático. Esto no significa que fijar dicho límite no pueda ayudar a alcanzar el objetivo suficientarista, ni que esto no disminuiría también la dominación horizontal (o dominium) de los ciudadanos por parte de sus semejantes muy ricos. Lo que argumento, sin embargo, es que este límite debería fijarse en primer lugar para contrarrestar su dominación vertical (o imperium). A este respecto, sin embargo, la propuesta específica de Dumitru para el limitarismo republicano es problemática, porque cuando se trata de proteger la democracia de la influencia desproporcionada de los superricos, la idea del florecimiento pleno es una causa perdida.

Esto se debe a que, como destaca brillantemente Tammy Harel Ben-Shahar, el punto en el que la igualdad política es socavada por la riqueza excesiva individual no coincide necesariamente con el punto en el que los individuos florecen plenamente (Harel Ben-Shahar 2019, p. 9). Las personas que se encuentran por debajo de la línea de riqueza podrían seguir teniendo riqueza suficiente para disfrutar de oportunidades ilimitadas y desproporcionadas de influir en la política. Además, esto podría ser verdad incluso si estas oportunidades vinieran acompañadas de algunos costos en términos de florecimiento. Para algunas personas puede ser más importante influir en el curso de la política que prosperar plenamente y algunas pueden incluso considerar que el poder político forma parte de su florecimiento y decidir invertir su dinero en aumentar sus posibilidades de conseguirlo (Volacu & Dumitru 2019). En otras palabras, aunque tales individuos no poseerían lo que Robeyns denomina dinero excedente, es decir, no tendrían más recursos de los necesarios para su florecimiento pleno, esos individuos seguirían teniendo más oportunidades de influir en el proceso de toma pública de decisiones debido a su riqueza. Así pues, un umbral limitarista que coincidiera con la línea de la riqueza resultaría ineficaz para proteger el ideal democrático de igualdad política de la influencia desproporcionada de los ricos.14

Cabe señalar que el hecho de que la línea de riqueza no necesariamente coincide con el punto en el que las personas disfrutan de mayores oportunidades de influencia política debido a su riqueza no significa que la línea de riqueza deba fijarse en un nivel superior. Simplemente significa que podría serlo y, si lo fuera, que ello sería problemático a efectos de proteger la democracia de la dominación de los ricos. En otras palabras, lo que este argumento sugiere es que el nivel en el que los individuos florecen plenamente y aquel en el que disfrutan de oportunidades injustas de influencia política son distintos y que a priori no sabemos cuál de ellos es más alto que el otro. Por lo tanto, si queremos dejar a las personas con recursos suficientes para florecer plenamente, corremos el riesgo de dejarles con recursos suficientes para también dominar el proceso democrático, socavando así la libertad como no-dominación. Por lo tanto, parece que para proteger la libertad neorrepublicana de la dominación vertical de los ricos, deberíamos renunciar a la idea de definir el límite en términos de florecimiento pleno y, en su lugar, establecer el umbral en donde ese tipo de dominación se materializa—que es similar a lo que Harel Ben-Shahar contempla para la igualdad política en general (Harel Ben-Shahar 2019)—.15

Sin embargo, se podría argumentar que la condición de excedente es una condición necesaria para justificar el umbral limitarista. La riqueza individual excesiva puede limitarse por encima de la línea de la riqueza precisamente porque ya no contribuye al florecimiento de los individuos. Por lo tanto, parece necesario un trade-off: para hacer realidad la libertad como no-dominación deberíamos limitar los recursos de los ricos para prevenir que disfruten de una influencia política desproporcionada, pero dado que no podemos privar a las personas de los recursos que necesitan para florecer plenamente, el umbral limitarista debería coincidir con la línea de la riqueza, limitando así sólo la riqueza excedente.

Sin embargo, este trade-off parece problemático al menos por dos razones. En primer lugar, dado que el umbral limitarista no sería el mismo para los dos resultados separados de florecer plenamente y no tener una influencia política injusta, la línea de riqueza, que no es más que el umbral limitarista cuando se define en relación con el valor del florecimiento pleno, no garantizaría una solución al problema de las élites económicas en la política. Además, como se ha argumentado anteriormente, las medidas formales parecen incapaces de salir al rescate. A pesar de este problema, uno podría decir que la libertad como no-dominación, que, recordemos, se basa en tal requisito de legitimidad política, no debería considerarse como el único valor en juego. Ésta parece ser la tesis de Dumitru: “la libertad como no-dominación no agota el ámbito de la justicia” (Dumitru 2020, p. 395). A saber, hay otros valores que deben tomarse en cuenta, como el florecimiento individual.

La noción de florecimiento nos proporciona así este segundo umbral. Por encima del punto de no-dominación, las desigualdades no importan, hasta un punto de corte en el que el dinero que alguien pueda seguir poseyendo ya no le ayudará a florecer (Dumitru 2020, p. 396).

En segundo lugar, sin embargo, me parece que, contra Dumitru, desde una perspectiva neorrepublicana no tendría sentido cambiar la libertad como no-dominación por el florecimiento. Esto no es sólo porque, para los neorrepublicanos, la libertad como no-dominación en general es el valor último, sino también porque estar libre de la dominación representa la condición previa que hay que asegurar para que la gente florezca. De hecho, para que las personas puedan configurar y perseguir sus propios objetivos de vida y creencias, no deberían, ante todo, estar expuestas al poder arbitrario de nadie. Por supuesto, hay otras condiciones que permiten a las personas lograr su autorrealización: por ejemplo, sus habilidades, su salud, sus medios materiales, etc. Pero, como una cuestión de justicia, la libertad como no-dominación debería salvaguardarse en primer lugar, porque si no eres libre, aunque seas capaz y tengas salud y/o los medios para hacer algo, sólo puedes hacerlo cum permissu—experimentando la misma incertidumbre que una persona esclavizada que tiene un esclavizador “amable”. En este sentido, la libertad como no-dominación debería entenderse como un bien primario en términos rawlsianos, a saber, algo que a todo el mundo le gustaría tener para alcanzar sus otros objetivos (Pettit 1999, p. 125–27). Por lo tanto, para un neorrepublicano, no tendría sentido retirar menos recursos de los necesarios para asegurar la libertad como no-dominación con el fin de proteger la posibilidad de que las personas florezcan plenamente, porque, desde la perspectiva neorrepublicana, su posibilidad de florecer depende en primer lugar de su libertad como no-dominación.

En esta fase, desde la perspectiva neorrepublicana, habría sólo una razón para establecer un umbral limitarista en relación con la idea de florecimiento pleno. Dumitru no explora esta opción, ya que en general concibe el florecimiento pleno y la no-dominación como dos objetivos distintos. Pero un neorrepublicano podría, en cambio, considerarlos estrictamente vinculados entre sí. Si el florecimiento pleno fuera constitutivo de la libertad como no-dominación, tendríamos una razón para no retirar los recursos que la gente pudiera necesitar para florecer plenamente, aunque dejar a la gente con esos recursos pudiera socavar la libertad como no-dominación en otros aspectos: por ejemplo, dando a algunas personas oportunidades desproporcionadas para influir en la política. Desde este punto de vista, estar libre de dominación no solo implicaría la ausencia del poder arbitrario de cualquier otra persona, sino también la presencia de un determinado conjunto de oportunidades para lograr la autorrealización (Qizilbash 2016, p. 26).

Si dejamos a un lado las cuestiones relativas a por qué, por ejemplo, el florecimiento pleno de alguien debería tener prioridad en este caso sobre mejorar el florecimiento de todos tout court (Harel Ben-Shahar 2019, p. 10),16 podemos enfocarnos en el hecho de que esta lectura es incompatible con la comprensión de Pettit de la libertad como no-dominación. Aunque según Pettit alcanzar el “autodominio personal” (Pettit 1999, pp. 115) sin estar libre de la dominación parece ser imposible, él cree que uno puede estar libre de la dominación con o sin alcanzar el propio “autodominio personal”, porque la libertad como no-dominación es una cuestión de estatus más que de hacer realidad oportunidades. Lo que realmente importa es que las personas tengan igual poder independientemente del número de opciones que estén abiertas para ellas.17 Esto no significa que no deban asegurarse diversas opciones como cuestión de libertad como no-dominación. Como se mencionó anteriormente, debe concedérsele a las personas al menos un nivel mínimo de recursos para que a todos se les otorgue la independencia material relevante. Sin embargo, cuántas opciones tiene una persona por encima de ese mínimo ya no parece ser una cuestión de dominación. Como dice lúcidamente Kyle Swan,

[p]roveer más de lo que aseguraría dicha independencia sin duda fomentaría las capacidades de los beneficiarios, su libertad real o efectiva para alcanzar el bienestar, ya que tendrían a su disposición seres y haceres más valiosos. Pero nada de esto hace nada para abrir opciones donde antes habían estado sujetos a dominación (Swan 2012, p. 445).

En conclusión, la libertad como no-dominación no conlleva el florecimiento individual, aunque se erige como la condición necesaria, mas no suficiente, para ello, ya que proporciona a las personas la posibilidad de configurar y perseguir libremente sus propios objetivos de vida. De ello se sigue que, en lugar de negar a alguien la posibilidad de florecer plenamente, establecer el umbral limitarista en aras de la libertad como no-dominación, es decir, situarlo allí donde la riqueza individual excesiva amenaza el requisito de la legitimidad política, lo fundamentaría. Por lo tanto, desde la perspectiva neorrepublicana, el trade-off carecería de sentido. La siguiente sección investiga cómo debería ser este umbral limitarista independiente del valor del florecimiento.

4. Un umbral limitarista para la libertad como no-dominación

En resumen, para que la libertad como no-dominación esté asegurada, las personas deberían disfrutar de igualdad de oportunidades para influir en el proceso de toma pública de decisiones. La concentración de la riqueza en manos de pocas personas (es decir, la existencia de élites socioeconómicas en una democracia) pone en peligro esa condición previa de la libertad neorrepublicana. Además, dado que las restricciones formales no protegen suficientemente esta condición, lo que debería limitarse es la riqueza individual excesiva en sí misma. Sin embargo, cuando se trata de asegurar la libertad como no-dominación dentro de la democracia, tal límite no debería establecerse con referencia a la idea del florecimiento pleno, como es el caso de la línea de la riqueza de Robeyns, que ha sido recuperada por Dumitru. Esto se debe a que la libertad como no-dominación y el florecimiento no sólo son dos valores distintos, sino que también pueden entrar en conflicto entre sí. Además, para los neorrepublicanos no tendría sentido intercambiar su valor fundamental—la libertad como no-dominación—por otro valor como el florecimiento. Así pues, el umbral limitarista debería trazarse de modo que sólo proteja la libertad como no-dominación.

Sin embargo, si tanto el umbral inferior como el superior fueran establecidos en relación con la idea de libertad como no-dominación, según Dumitru, “el umbral de suficiencia y el umbral limitarista serían idénticos” (Dumitru 2020, p. 395). Esto se debe a que, en su opinión, la libertad como no-dominación sólo puede instruirnos sobre el umbral inferior. A saber, cuando se trata de la justicia distributiva, el único requisito de la libertad como no-dominación sería la independencia material: una vez que la independencia material ha sido concedida a todos, las desigualdades materiales ya no serían una cuestión de dominación. Por lo tanto, según Dumitru, desde la perspectiva neorrepublicana sería imposible identificar ningún otro umbral sin referir a otros valores, como el valor del florecimiento pleno. En este sentido, si los recursos en general fueran tan escasos que apenas fueran suficientes para conceder a todos la independencia material, en aras de la libertad como no-dominación y de la libertad como no-dominación únicamente, parece plausible suponer que todos los recursos que las personas no necesitan para su autoconservación podrían y deberían redistribuirse con el objetivo de conceder a todos la independencia material. De ello se sigue que, en esta situación, el umbral superior se colapsaría en el inferior, o el umbral superior no existiría. Esto contradice mi intuición de que podemos establecer un umbral limitarista en aras de la libertad como no-dominación sin referirnos a la idea de florecimiento pleno.

Sin embargo, creo que este problema surge sólo cuando el umbral limitarista se introduce dentro del neorrepublicanismo en primer lugar como un complemento del suficientarismo, como sostiene principalmente Dumitru. En cambio, si el umbral limitarista se defiende como una solución al poder político ilimitado de las élites, como yo sugiero, este problema no surgiría dado que hay razones para pensar que lo que permite a las élites económicas disfrutar de un poder político ilimitado es que quienes pertenecen a dichas élites poseen mucha más riqueza que los demás. Pensemos en el caso antes mencionado de que el aumento de los impuestos provoque el envío de capitales a otro país. Si tu capital es sólo ligeramente superior al de tus conciudadanos, tu amenaza de trasladarlo en el caso de un incremento de impuestos perderá de repente su peso, es decir, no tendrás ningún poder independiente problemático en relación con el éxito o el fracaso de esa política (Knight & Johnson 1997; Christiano 2010). Por lo tanto, la separación formal entre política y economía resultaría efectiva en casos similares. De hecho, para disfrutar de oportunidades desproporcionadas de ejercer influencia política debido a tu riqueza a pesar de las restricciones formales que pretenden prevenirlo, tendrías que poseer mucha más riqueza que tus conciudadanos. Por un lado, nadie gozaría de más poder que sus conciudadanos si todos poseyeran recursos similares, independientemente de la magnitud de esos recursos..18 Por el otro, nadie gozaría de este poder ilimitadamente si tuviera pocos más recursos que otros (Icardi 2022). Una vez más, no son las desigualdades económicas en sí mismas las que socavan la democracia, sino las desigualdades económicas agudas (Pansardi 2016).19 Por lo tanto, el objetivo de proteger la democracia de la dominación de las élites proporcionaría los fundamentos para un umbral limitarista que es diferente de la línea de suficiencia a pesar de no depender de la idea de florecimiento pleno. En este sentido, me parece que, contrario a lo que Dumitru supone, el umbral superior diferiría del umbral inferior incluso si ambos se basan en la idea de libertad como no-dominación.

Cuando se trata de impedir que los ricos dominen el proceso democrático, el umbral limitarista debería ser tanto relativo a lo que los ciudadanos poseen en promedio, como relativamente alto en comparación con lo que los ciudadanos poseen en promedio, ya que debe situarse en el punto en el que la riqueza individual represente una amenaza para la democracia y las medidas formales sólo puedan tener un efecto mínimo sobre ella. Si la riqueza individual excesiva no es limitada, algunas personas siempre podrán disfrutar de oportunidades desproporcionadas de influir en la política debido a esta riqueza, dominando así el proceso de toma pública de decisiones. Esto no significa que el umbral limitarista sea suficiente para asegurar que todos tengan igualdad de oportunidades de influencia política. También son necesarias leyes que garanticen formalmente la igualdad política a los ciudadanos, y otras asimetrías de poder, además de las derivadas de las desigualdades económicas, deberían abordarse con el fin de asegurar la libertad neorrepublicana. Además, probablemente también debería contemplarse limitar el poder de los grupos de presión y las empresas.20 No obstante, dada la dificultad de aislar el poder político del poder económico, limitar la riqueza individual excesiva parece ser un medio necesario para garantizar la legitimidad política,21 y el limitarismo es una buena forma de hacerlo.

Esto nos conduce a otro impasse. Si el umbral limitarista debería preservar el proceso democrático, se sigue que dónde debe ponerse dicho umbral no puede ser decidido por este proceso mismo. Dado que el proceso democrático precedería la introducción del límite económico, estaría sesgado a favor de los intereses de los ricos, que seguirían disfrutando de una mayor influencia en el proceso democrático debido a su riqueza (Caranti & Alì 2021, p. 96). En otras palabras, dado que las restricciones formales pueden hacer poco para prevenir que los superricos tengan oportunidades injustas de influir en el proceso de toma pública de decisiones, la elección de dónde poner el umbral limitarista, si se hace democráticamente, favorecería inevitablemente las preferencias de los superricos. Por lo tanto, la riqueza individual excesiva debería limitarse ex ante y dicho límite debería representar una precondición de la democracia.

Sin embargo, un límite tal implementado ex ante corre el riesgo de ser una fuente de dominación en otro sentido, dígase en tanto que fue establecido sin que los ciudadanos tuvieran ningún control sobre él y es, por lo tanto, arbitrario en el sentido neorrepublicano. Sin embargo, me parece que el impasse que acabamos de describir es sólo aparente. Si la riqueza individual excesiva socava inevitablemente la igualdad de oportunidades de los ciudadanos para influir en el proceso de toma pública de decisiones, lejos de amenazar la legitimidad política, restringirla la otorgaría. En consecuencia, estoy de acuerdo con Pamela Pansardi cuando afirma que una distribución más igualitaria de los recursos “no debe entenderse como un objetivo que la democracia debería promover, sino más bien como un requisito procedimental para la realización del ideal de la democracia como no-dominación” (Pansardi 2016, p. 103).22 Del mismo modo en que a todo el mundo debería concedérsele “igual acceso al sistema de influencia popular” (Pettit 2012, p. 169) como precondición para que los ciudadanos disfruten del control sobre el Estado, a todo el mundo debería impedírsele tener demasiado.23 Esto se debe a que si alguien tuviera demasiado, las restricciones formales no podrían impedirle obtener más oportunidades de influir en la política debido a su riqueza; por lo tanto, ese alguien disfrutaría de un mayor control sobre el proceso de toma pública de decisiones—es decir, lo dominaría; así, la libertad como no-dominación se vería socavada—.

Tal y como yo lo veo, entonces, si uno defiende el limitarismo para el neorrepublicanismo, tiene que considerar el primero como una teoría ideal: el exceso de riqueza individual no debería limitarse sólo en el mundo tal y como es, sino también en el mundo tal y como debería ser. Esto difiere de la interpretación de Robeyns del limitarismo como una teoría no ideal (Robeyns 2017) que aplicaría a “la actualidad y los mundos posibles cercanos” (Robeyns 2022, p. 251). Según ella, el limitarismo representaría una propuesta para mundos caracterizados por las injusticias actuales o similares, mientras que en mi opinión sería una parte integral del mundo ideal al que deberíamos aspirar como una cuestión de justicia. Para un neorrepublicano, tal mundo ideal se distingue por el hecho de que todos disfrutan de la libertad como no-dominación y, como he argumentado, este resultado parece imposible sin limitar el exceso de riqueza individual—incluso en la más ideal de las democracias, si algunas personas tuvieran demasiado, dominarían el proceso de toma pública de decisiones gracias a su riqueza—. Por lo tanto, si se quiere preservar el proceso democrático de la dominación de los superricos, hay que limitar su riqueza ex ante. Según esta interpretación, tal vez el umbral limitarista no podría ser una solución al problema actual de las élites económicas—entre otras cosas porque sería demasiado tarde para intervenir ex ante—, pero sin duda podría convertirse en una característica clave de la democracia ideal en una perspectiva normativa neorrepublicana.

5. Conclusión

En conclusión, la libertad como no-dominación requiere que se limite la riqueza individual excesiva. Dado que los ricos disfrutan de una oportunidad desproporcionada de ejercer influencia política debido a su riqueza y las restricciones institucionales formales no pueden abordar adecuadamente ese problema, limitar la riqueza individual excesiva se erige como una condición necesaria para el requisito democrático que fundamenta la libertad neorrepublicana, y esta condición puede alcanzarse a través de un umbral limitarista. Así pues, el limitarismo debería defenderse dentro del neorrepublicanismo.

Sin embargo, el umbral debería ponerse en el punto en el que la riqueza individual amenaza la igual oportunidad de influencia política de los ciudadanos, en lugar de corresponderse con la línea de riqueza de Robeyns y limitar la riqueza que los individuos no necesitan para florecer plenamente, como defiende Dumitru. Además, a diferencia de Dumitru, este umbral no coincidiría con el nivel en el que todo el mundo es materialmente independiente, ya que las personas deben poseer muchos más recursos que sus semejantes para disfrutar de mayores oportunidades de influir en la política gracias a ellos. Dado que ese límite económico es una precondición de la legitimidad política, no sería en sí mismo una fuente de dominación. Además, a menos que contemplemos un sistema democrático a escala mundial, esta precondición sólo se mantendría dentro de las fronteras estatales.

Dónde poner exactamente el límite sigue siendo una pregunta abierta. Parece ser una cuestión para los estudios empíricos, que deberían informarnos sobre cuánta riqueza individual representa realmente un peligro para la democracia. Otra pregunta abierta se refiere a qué es exactamente lo que debería limitarse. ¿Qué tipo de recursos económicos amenazan el buen funcionamiento del proceso democrático? ¿Deberían preocuparnos los ingresos de los individuos, su riqueza o lo que heredan? Éstas también parecen ser cuestiones que requieren más trabajo empírico, siendo el criterio rector para responder a estas preguntas hasta qué punto estos tipos de recursos económicos tienen un efecto adverso en la dimensión vertical de la libertad como no-dominación.

No obstante, este capítulo se enfoca en las razones normativas para introducir el limitarismo dentro del neorrepublicanismo. Esto debería hacerse para prevenir que las élites económicas dominen la política y, por lo tanto, debería fijarse el umbral en donde este riesgo se materializa. Curiosamente, la libertad como no-dominación ofrece entonces otro argumento a favor del limitarismo que es independiente del controvertido valor del florecimiento pleno, pero que sigue siendo compatible con la presunción general de que se les permitiría a las personas conservar sus recursos para sí mismas hasta cierto nivel.

Agradecimientos

Agradezco a Yara Al Salman, Giulia Bistagnino, Morten Byskov, Dorothea Gädeke, Christian Neuhäuser, Nicola Riva, Ingrid Robeyns, Dick Timmer y tres dictaminadores anónimos por sus valiosos comentarios sobre versiones anteriores de este capítulo. También estoy agradecida con los miembros del proyecto financiado por el ERC “The Business Corporation as a Political Actor” (Universidad de Utrecht) y a los participantes en los siguientes eventos por sus muy útiles discusiones: la King’s College London Graduate Conference in Politics, Philosophy & Law (diciembre de 2021), la III Geneva Graduate Conference in Political Philosophy (febrero de 2022), el Seminario Permanente de Filosofía Práctica (Universidad de Milán, junio de 2022), la décimo segunda edición de los Braga Meetings on Ethics and Political Philosophy (junio de 2022, panel sobre “Predistribution and Property-Owning Democracy”), y la décimo tercera edición de la Braga Summer School on Political Philosophy and Public Policy (julio de 2022).

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5 Es el así llamado “test de la mirada” (Pettit 2012).

8 Para estudios empíricos véase, por ejemplo, Gilens (2005); Bartels (2008); Gilens & Page (2014); Piketty (2013); Cagé (2018).

11 Supóngase que Apolítico es muy rico, mientras que Político no lo es. Político está tan interesado en la política que invierte todos sus recursos en ella, mientras que Apolítico no tiene absolutamente ningún interés en la política; por lo tanto, aunque tiene mucho más dinero que Político, no invierte nada con este fin. Al final del día, Político tendrá mayor influencia política que Apolítico aunque Apolítico sea más rico que él. Sin embargo, me parece que Apolítico no está dominado por Político ya que en principio gozan de una igual oportunidad de influir en la política; Apolítico simplemente decide no aprovecharla—recordemos que lo problemático no es que las personas tengan una probabilidad de éxito diferente, sino que tengan oportunidades injustas de influir (Scanlon 2018). Por el contrario, y esto podría ser contraintuitivo, Apolítico sí domina a Político: incluso si Apolítico decide no aprovechar sus mayores oportunidades de influir en la política debido a su riqueza, sí tiene tales oportunidades. Como el amo amable, Apolítico podría decidir no intervenir nunca en la política, pero sus recursos le proporcionan la capacidad incontrolada de hacerlo y, como hemos visto, la dominación es una cuestión de capacidad más que de interferencia real. Así pues, me parece que en aras de la no-dominación deberíamos limitar la fortuna de Apolítico en lugar de restringir las inversiones de Político. Agradezco a un dictaminador anónimo por sugerirme este ejemplo.

19 Para trabajos empíricos sobre esta cuestión, véanse, por ejemplo, Dahl (1998); Gilens (2005, p. 786).

22 Interpreto el término “procedimental” en la cita no en el sentido de significar no sustantivo, sino en el sentido de ser un requisito (sustantivo) para el propio procedimiento democrático.

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